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Hombre moderno citas

Un exceso tal de actividad acaba por destruir el cuerpo y corromper el alma. Recuerdo aquí lo que no hace mucho me contaron de un hombre que vivía pendiente de los vaivenes de la Bolsa. Se encontraba ya a punto de morir. Sus ojos estaban cerrados. Dejemos, ahora, la figura del empresario, cara activa del espíritu consumista, y vayamos a la otra parte de la moneda: En este sentido, la idea que tienen los marxistas no les pertenece en exclusividad, sino que es una forma mentis difundida en todo el mundo.

Sciacca ha precisado la diferencia que media entre los valores económicos y los valores espirituales. Por el contrario, los valores económicos, dinero o cosas, se intercambian, se usan y se consumen. Ello significa que pueden ser comprados o vendidos. Nadie, en cambio, puede comprar o vender los valores espirituales, ya que no son mercadería. Ello no quiere decir que los bienes materiales sean despreciables. Su compra y su venta implican un justo precio, y el justo precio se establece en base a criterios morales, por lo que los intercambios económicos pueden ser un acto de justicia.

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Por eso sería erróneo denigrar, en nombre de un espiritualismo abstracto, los valores económicos. Muchos valores espirituales se encarnan en valores económicos, los penetran y les dan un significado que sobrepasa su economicidad. Con todo sería también erróneo sobrevalorar, en nombre de un materialismo obtuso, los valores económicos, que es lo que hoy sucede por lo general. Asimismo lo sería poner las dos categorías de valores en el mismo plano.

De los valores económicos se hace uso, de los espirituales se disfruta.

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Las primeras son un medio, se consumen; las otras, disfrutando de ellas, se acrecientan []. Pero el hombre consumista no establece tales distinciones. Para él sólo cuentan los bienes terrenos, las cosas perecederas, como si fuesen definitivas. Repleto de objetos, el hombre se siente vacío. Al revés de lo que decía San Pablo: Cada civilización ofrece una visión propia del hombre, por la cual puede ser juzgada.

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Así las civilizaciones del pasado tuvieron sus aristocracias en quienes se encarnaba un determinado ideal humano. Se reconocían determinados arquetipos, se trataba de limitarlos, y hasta se señalaban los caminos adecuados para concretar dicha imitación. El ideal, el paradigma que se asignaban, era el que seleccionaba los medios. Ya no es el fin el que hace surgir los medíos. Los mismos medios se han convertido en fin. Para los hombres tradicionales la riqueza no podía ser sino lo que hacía a veces viable un esfuerzo creador.


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Sólo la sociedad actual ha exaltado la figura del hombre consumista, cuyo logro final se realiza aquí en la tierra. Bien ha hecho Héctor Padrón al señalar la entraña metafísica del consumismo: Es lo propio del hombre apasionado: La propaganda moderna ha comprendido cabalmente esta función mutilante de la pasión cuando se desorbita. Sus modelos son los que han triunfado económicamente, gente llena de cosas, pero a la intemperie metafísica. A fomentar ese espíritu consumista se abocan los que dirigen la televisión, creando necesidades, con frecuencia ficticias, y elaborando casi todo el horizonte de anhelos del televidente.

Hemos tratado ya del influjo de la televisión en la formación del hombre moderno.


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Esta hipertrofia se acompaña con una especie de bloqueo de las facultades rumiadoras y digestivas del espíritu []. Esto lo saben todos, tanto las agencias de publicidad como los que miran la televisión. Nadie parece molestarse por ello. Y lo que sucede con la publicidad comercial acontece asimismo en la política, como lo hemos señalado anteriormente. También en este campo el debate se realiza de tal manera que ninguna reflexión individual profunda resulta posible. Los dueños de la publicidad no hacen sino aplicar a su candidato las reglas del marketing publicitario.

Y así se va formando una masa sometida al embrutecimiento cotidiano de los media, acostumbrada a reaccionar pasionalmente, sin el menor espíritu crítico, plenamente sumisa a todo tipo de manipulaciones. Se pretende expresar y seguir la opinión de la mayoría, cuando en realidad ella ha sido fabricada por los media.

El telemando trata de saciar su avidez, también ella consumista, de sensaciones. Que nada se escape, que todo se posea a la vez. Ver mucha televisión produce hombres robotizados, pasivos, acríticos, aptos para ser manipulados por las propagandas consumísticas. El telespectador, vuelto un zombi, bloqueado por el aluvión de ofrecimientos, es impelido a decir, como un niño pequeño: La televisión es sumamente apta para domesticar a los que se pasan horas delante de ella.

Descubriendo los reflejos condicionados por sus experiencias sobre los perros, Pavlov suministró, de hecho, valiosas armas al materialismo vulgar, que entendería al hombre como un montaje de reflejos condicionados. El hombre consumista es un hombre inquieto. Así es el hombre de hoy: Cerremos este apartado con un notable texto de Alexandr Solzhenitzyn, que tiene en cuenta diversos aspectos de la crisis del hombre moderno: Desde hace muchísimo tiempo, mentes preclaras han comprendido que la posesión no era un fin en sí misma, que debía estar subordinada a principios superiores, tener una justificación espiritual, una misión precisa: Los avances tecnológicos han abierto de par en par las puertas del mundo.

Gracias a Dios, el hombre moderno puede hacer cualquier cosa, excepto escapar a sus propios límites: Y así, nuestra cultura se empobrece poco a poco. La sobreabundancia deja en el corazón una lacerante tristeza, del mismo modo que nadie experimenta calma alguna al arrojarse a un torbellino de placeres sino, enseguida, una sensación de agobio. No, imposible confiar todas las esperanzas a la ciencia, la tecnología, el crecimiento económico. La victoria de la civilización científica y técnica nos ha inculcarlo una especie de inseguridad espiritual.

Sus dones nos enriquecen, pero nos someten también a la esclavitud. Junto con la actitud consumista, el hombre moderno se caracteriza por una pronunciada tendencia al hedonismo. Esta palabra viene del griego, edoné , que significa placer. Interpretada rigurosamente, la moral del hedonismo presupone la superioridad del placer físico sobre el moral, y el principio del egoísmo, mi placer sobre todo.

No importa lo que la moral diga de cada acto; lo importante es el placer que en ellos pueda encontrarse. Resulta evidente que el hombre de nuestro tiempo parece abocado a satisfacer febrilmente su ansia de placeres, sean ellos honestos o no. De ahí brota ese hombre frívolo, que tanto conocemos, impermeable a todo lo que sea espiritual o incluso cultural. Marcel de Corte ha contrastado dicha actitud con la del hombre tradicional. Cuando la moral era reconocida socialmente, traduciéndose en costumbres sanas, fundadas en el deber cotidiano, el atractivo del placer y el temor del dolor, que se experimentaban, por cierto, como en todas las épocas, no determinaban el comportamiento de la gente, y si en algunos casos ello sucedía, era considerado como una falencia del que así se comportaba.

Tampoco lo hacía coaccionado desde afuera, sino con cierta espontaneidad. Tal comportamiento lo había heredado de sus padres y abuelos, pero él lo hacia suyo, voluntariamente. Era simplemente, su coronamiento y su aureola. Ahora las cosas no son así.

14 mayo, 2006

En este tiempo, donde el trabajo ha perdido su sentido humanizante, la gente no busca sino el placer. El sufrimiento aparece con todas las características de un agresor, carente totalmente de significación. Coincidiendo con lo que acabamos de decir, señala de Corte que el hombre decadente necesita un placer inmediato, que invada todo el campo de su sensibilidad. Allí donde el fin deseado exige un esfuerzo, el placer no surge sino al término de la acción, a título secundario y como complementario de ésta.

Resulta curioso, pero al tiempo que se divinizaron las formas oscuras del psiquismo, como si en ellas persistiesen tendencias primitivas o instintos que habían animado a los antepasados de la prehistoria, se despreciaron los mecanismos de represión, por los que esos mismos antecesores habían encontrado los medios de moderar aquellos instintos y tendencias. Una canción actual dice: Un amor así entendido considera a la mujer como mero objeto de placer, que se usa y se tira, material de descarte.

En esta materia se ha llegado hasta la saturación.

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Un síntoma de este desenfreno hedonístico lo constituye la erradicación social del pudor, que es la atmósfera protectora del sexo. Ante todo en la vivienda. El hecho de la vivienda es un hecho bien humano. Tampoco para defenderse de la lluvia o de los animales. Los hombres construyen casas para proteger su intimidad.

La casa es la propia intimidad, el lugar íntimo, y si se invita a un amigo, se lo invita a compartir dicha intimidad, a reunir varias intimidades. Tampoco éste se justifica como una manera de defenderse del frío. De ahí el celo que muestra el marido o el novio por la decencia en el vestir de su esposa o de su novia. Pues bien, nuestra época se caracteriza por la creciente desaparición del pudor en todos sus niveles. La gente no se entrega, se abandona. Los rasgos típicos de la sociedad actual que hemos ido analizando, la masificación, el desarraigo, el igualitarismo, la falta de interioridad, etc.

Es cierto que actualmente el hombre sufre mucho, a veces como consecuencia de sus propios defectos, sufre soledad, problemas económicos, aburrimientos y angustias. El hombre que se retira de su trabajo poco menos que robotizado, siente la atracción vertiginosa del goce. Y así la protección del vestido o la cobertura de la vivienda pierden totalmente su sentido.

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Tras afirmar que la supresión del pudor, que implica la supresión de la intimidad, es un signo de nuestro tiempo, agrega que en tal situación el ateísmo se vuelve inevitable, porque el encuentro con Dios sólo se puede realizar en el centro mismo de la intimidad personal []. Resulta inocultable la satisfacción con que algunos medios se detienen morosamente en revolver las presuntas lacras de algunos sacerdotes y obispos, así como su gusto cuando, en un arrebato de necropornografía, atribuyen homosexualidad a grandes políticos y artistas de tiempos pasados.

Todos somos iguales, igualmente corruptos.