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Relatos de sexo con ancianas

Una guía para coger con hombres mayores. Casi siempre hago videoconferencia con señoras con las que me he acostado antes. Y hablando de esto, del límite de edad y los límites en general, es algo que siempre despierta curiosidad, lo entiendo. La cuestión de la edad es complicada. Ten en cuenta que a partir de los cuarenta años todas las mujeres mienten sobre su edad cuando van a ligar.

No me fío de la edad que me dicen, sólo de que esté bien conservada —para mi gusto— y me atraiga como para acostarme con ella. Para encontrarlas no me queda otra que ir a sitios frecuentados por señoras mayores. No hay muchos lugares donde encontrar señoras mayores receptivas a ligar con chicos jóvenes a la vista de cualquiera. Las carnes tersas tienen su encanto pero no tienen nada que envidiar a las arrugas de la experiencia.

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Trabajo en la noche, en varias discotecas y rara vez encuentro señoras solas. Mi cuartel general lo tengo en un conocido piano-bar madrileño donde me muevo como pez en el agua. Tengo que confesar que yo también miento sobre mi edad; la aumento, claro. Aunque las aplicaciones y las webs para ligar son muy recomendables cuando buscas en el sector maduro, he observado que las señoras, por lo general, no son tan lanzadas como las jóvenes para arrojarse a conocer a cualquiera que conocen por internet.

De vez en cuando selecciono buscar mayores de sesenta y pruebo suerte, pero es complicado. Como es obvio, no me ponen todas. Pilar llamó a mi habitación sobre las ocho de la noche. Solo cenaba un yogurt y una o dos galletas integrales, por lo que al no tener que cocinarle me solía encerrar en mi cuarto a leer o a mirar la tele. Entró enfundada en una bata rosa que casi le cubría hasta los pies. Me miró simulando estar avergonzada, pero yo conocía ya muy bien su cara de rubor y no era aquella. Desde el viernes que te fuiste me ha estado ayudando mi hija, pero ahora…. Lo sujeté con la tira de los calzoncillos antes de levantarme de la cama, y fui hasta el baño, donde ya se encontraba Doña Pilar.

Se deshizo de la bata con un movimiento femenino, sensual. Esperó hasta que las hubiera colocado encima de la encimera y me ofreció una mano para que la ayudara a entrar en la bañera. Lo hice, y también hice otra cosa. Posé la mano libre sobre sus caderas y palpé la piel desnuda, si se quejaba, simplemente le pediría perdón y afirmaría que no quería que resbalara de nuevo, pero no se quejó.

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Me dedicó una sonrisa de las suyas y cerró las cortinas. Sé que es mucho pedir, pero si no, no estoy tranquila. No parecía una mujer que tuviera miedo a resbalar y caer. Vi cómo se acariciaba los pechos con las manos, y como se enjabonaba las piernas con la esponja. Como llegaba hasta su vagina con el objeto, y emitía un ligero gemido al hacerlo, casi imperceptible, pero lo suficiente como para que lo oyera por encima del rumor del agua.

Ya no pretendía ocultar que se estaba masturbando, y como consecuencia, ni los bóxers ni el pantalón del pijama conseguían disimular ya mi erección. Justo cuando fuiste al baño después de comer. A pesar de todo, intentaba disimular, no sabía hasta qué punto estaba dispuesta a llegar Doña Pilar. Salió de la bañera aun con una mano sobre su vagina de vellos blancos como la plata y se acercó hasta donde estaba yo, con la mano aferrada a mi pene por encima de los pantalones. No se la puso, simplemente la uso para secarse el cuerpo y la dejó caer al suelo. Lo hice.

Recorrimos el pasillo de aquella forma. Con el roce de su culo al caminar contra mi erección, con una mano acariciando su cintura y la otra sujeta por la suya propia. Cuando llegamos al cuarto intenté encender la luz, pero ella me lo impidió.

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Me condujo hasta la cama, y se dio la vuelta. Se alzó sobre la punta de sus pies descalzos para alcanzar mi oído, y susurró. Volví a asentir con aquel susurro de placer.

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Mordisqueó de manera experta el lóbulo de mi oreja derecha y sentí como se me erizaban los vellos de todo el cuerpo. Me quitó la camiseta y recorrió mi pecho con la boca, deslizó sus labios hasta mi abdomen y llegó hasta donde yo quería que llegara. Me apartó con brusquedad las manos que ya se afanaban a los pantalones para desprenderlos, y lo hizo ella misma, despacio. Una gota de líquido pre seminal amenazaba con caer desde la punta de mi pene erecto. Un pequeño besito con los labios, y después la cubrió con el calor y la humedad de su boca.

Llegó hasta la mitad, y volvió, una vez, y otra, y otra, y después la polla entera.


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Se puso de pie nuevamente y me empujó sobre la cama. Avanzó de rodillas sobre mí hasta que sus piernas estuvieron a los lados de mi cabeza, y descendió para que pudiera alcanzar su interior con la lengua. Jugando con el ritmo. Mis manos se aferraban a sus nalgas con fuerza, ella tomó una, y la condujo a través de su vientre hasta llegar a su pecho, y colocó mis dedos sobre sus pezones. Amagué con salir de debajo de sus piernas para continuar con el sexo de otra manera, pero ella me lo impidió.

Se aferró a mi cabello con sus largos dedos, y jadeó. Un manantial de su delicioso fluido me impregnó la boca.


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  5. Ella se dejó caer de espaldas sobre mis piernas. Repasé el contorno de sus labios con punta de la lengua, y después me topé con la suya. Así le hice y al poco rato llegó y él mismo me despachó lo que le pedí, entonces me dijo que me pasara a una bodeguita que tenía, acomodó unos bultos de harina, me recostó y comenzó a acariciarme y a besarme y yo también lo besaba, por cierto nunca me habían metido la lengua en la boca y eso me excitó mucho.

    Como pesaba en ese entonces 50 kilos, pues me cargaba y me hacía como muñequita cuando me cogía y eso me gustaba mucho. Así me pasé como tres meses. Mi esposo comenzó a preguntarme que de donde sacaba yo tanta cosa y yo le decía que iba a la tienda de don Mardonio a hacer el quehacer. También comenzó a gustarme mucho esa situación, especialmente mamar una verga o dos mientras otra me la metían. Pero lo peor fue cuando comenzaron a ir a buscarme a mi cuarto y don Mardonio comenzó a mandarme recados.

    El colmo fue cuando dejé de reglar, me imaginé muchísimas cosas y entonces de plano le dije a mi esposo que me regresaba al pueblo. Después de tener a mi hija, mis días se pasaban cuidando a las niñas, lavando, haciendo comida y yendo por leña al campo. Un día conocí a un ingeniero que llegó al pueblo a revisar unas minas, me lo recomendó el comisario municipal para que le diera de comer y al tercer día ya me estaba enamorando. Yo le expliqué mi situación y como no podía meterlo a cualquier hora a la casa, acordamos vernos en la noche en una barranquita, así que desde ese día comencé a tener relaciones con él.

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    A él le gustaba desvestirme mientras me besaba y manoseaba toda y ya desnuda me chupaba toda, desde los dedos de los pies hasta la boca y claro, las chichis y la panocha. Hacíamos mucho el 69, me encantaba porque él me lamía la vagina y el ano y lo hacía muy bien. Realmente él me enseñó a mamar la verga, me iba diciendo cómo con mucha calma y le encantaba que se la apretara con la garganta.


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    Cuando la tenía toda adentro le gustaba que le lamiera los huevos con la lengua y que le mordiera el tronquito, cosa que hago hasta la fecha cuando se la mamo a alguien. Un día se extrañó porque ya que me había venido y me tenía a punto de vaciarme otra vez, le pedí que me la metiera en el culo. Me dijo que nunca lo había hecho porque ninguna mujer lo había dejado, entonces me acomodé, le tomé la verga y me la fui metiendo poco a poco, se puso feliz y me llenó de semen el intestino como nadie me lo había hecho.